Estoy parada
frente a la ventana de mi cocina observando el torrencial aguacero. Las rocas
en la pequeña loma del patio trasero se ven brillantes y pulidas por el agua y
la mañana gris me dice que me voy a quedar todo el día en pijama. Excelente
momento para planear podar la grama y advertirle a todos que el plan tuvo que
ser pospuesto debido al mal tiempo. Luego me pregunto porque lo llamamos mal
tiempo cuando a mi me parece maravilloso. Cada uno con su tema.
De la grama mi
mente regresa al lugar donde me encuentro y me pregunto si iré a cocinar algo.
La respuesta inmediata es no. Saboreo mi café caliente, abro la despensa y
encuentro unos panecillos que le hacen buena compañía al café. Me alegro de que
sea sábado para quedarme envuelta en mi deleitada flojera, lo cual me lleva de
vuelta al pijama, al café y a las rocas pulidas. Probablemente agarre un libro
y me acueste en el sofá de la sala a leer, pero mas probable es que me quede
dormida. No hay nadie en casa y el único ruido es el de los truenos.
El sábado me promete lo que exactamente deseo, no hacer mucho, o mejor dicho, no hacer nada. Con café en una mano, cobija en la otra, empiyamada y sin libro, me traslado a la sala a disfrutar del día de lluvia pensando con picardía que si no hubiera el susodicho mal tiempo me animaría a podar la grama.
El sábado me promete lo que exactamente deseo, no hacer mucho, o mejor dicho, no hacer nada. Con café en una mano, cobija en la otra, empiyamada y sin libro, me traslado a la sala a disfrutar del día de lluvia pensando con picardía que si no hubiera el susodicho mal tiempo me animaría a podar la grama.
- Urrutia Del Palmar
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