Tenían razón, mis amantes en eso de que antes, la
mala era yo. Pero esta vez era diferente, me enamoré rápido y sin previo aviso,
y me encontré con lágrimas en los ojos cuando se despidió desde el taxi y me
lanzó dos besos, uno por mejilla. Regresé al apartamento que hasta ese día
compartimos y me paré en el medio de la sala a llorar. Nada ahí era mío, todo
era nuestro.
Mis amigas entraron en "modo
recuperación." Yo estaba completamente por el piso, pero ellas no iban a
permitir que entrara en un despecho permanente. Me obligaron a enfocarme en mi
trabajo, pasatiempos y los ocasionales bares de copas. Todo eso ayudó y debo
admitir que el esfuerzo de mis chicas fue admirable, pero las noches eran lo
peor. Sentí que él me había abandonado como se abandonan los zapatos viejos, y
no dormí del todo por el primer mes. Teníamos tantas rutinas, rituales y
costumbres de noche que ahora me sentía totalmente perdida sin él, sin su
presencia, sin su compañía.
Era extraño sentirme así. Por lo general mis
relaciones duraban lo mismo que duran dos peces de hielo en un whisky on the
rocks. Yo era la que se iba en el taxi. Yo era la que abandonaba al tipo a la
maldición del cajón sin mi ropa. Esto era territorio nuevo, y no sabía qué
hacer. Poco a poco los días se hicieron más fáciles, más manejables, pero las
distracciones que trae consigo el sol están ausentes en la noche. Esas noches
cuando recuerdo lo mucho que lo quería. Es más, tanto lo quería, que tardé en
aprender a olvidarlo diecinueve días y quinientas noches.
-Vita
Armador
Nota: Inspirado
por la canción de Joaquín Sabina “19 días y 500 noches” – Escúchenla
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