Mi
enfermedad me tenía agotada. Mis niveles de oxígeno en la sangre continuaban
bajando y me costaba demasiado respirar. Mi estado aún no se consideraba grave pero
decidieron trasladarme a Nueva Orleans a una de los mejores clínicas del país. No
se perdían las esperanzas de que sus especialistas me proveyeran de un mejor
tratamiento antes de que mi situación se complicara mas.
Durante
el registro me asignaron a una enfermera originaria de la India, llamada
Rohini, de tez oscura y ojos verdes. Percibí una rara sensación en su presencia.
El verde de los ojos era tan claro que parecían transparentes causándome un
efecto estremecedor. Ella chequeó todas mis formas, y me citó para el día siguiente a las 7 de la
mañana. Cuando me entregó mis documentos noté sus uñas extremadamente largas; “curiosas manos para una enfermera” pensé
para mi misma.
La
clínica tenía un área anexa tipo hotel con habitaciones privadas para familias
y pacientes que necesitaban chequeo diario pero no hospitalización. Este anexo
se conectaba a través de un pasillo largo con ventanas que iban de techo a piso
e iban escoltadas por líneas de inmensos árboles que rodeaban el hospital. La
habitación que me asignaron era espaciosa, con una pequeña sala, cocina, su
baño privado y dos camas individuales.
Con todo y mi dificultad respiratoria el cansancio del viaje me derrumbó
y me quedé dormida en menos de 15 minutos. Eran aproximadamente las 11 de la
noche.
A eso
de la una de la madrugada me desperté con un ruido en la ventana contigua a mi
cama; había mucho viento y supuse que una rama habría golpeado el vidrio. Unos
segundos mas tarde el mismo sonido se escuchó pero esta vez en la puerta del
cuarto. Un poco asustada me puse en actitud de guardia pero cesó el zumbido del
viento y todo regresó a la calma. Sin embargo, al intentar dormirme de nuevo, comenzó
una lluvia torrencial.
Todo el
hospital perdió electricidad. La noche no podía ser mas oscura y tormentosa. La
única luz disponible era la de los relámpagos que se veían caer en los jardines
del hospital y hacía que los árboles parecieran figuras gigantes temblando con
movimientos violentos. El aguacero era tan apoteósico que se sentía como si el
cielo se estuviera abriendo y partiendo en dos inmensos pedazos. El ruido de
los truenos era ensordecedor. Súbitamente, todo se calmó de nuevo. Paró de
llover, cesaron los relámpagos.
Todo se encontraba en completa oscuridad y
absoluto silencio cuando escuché un susurro ahogado afuera de la habitación. Era un lamento que parecía salir del fondo del alma de quien los emitía. Yo estaba completamente aterrorizada y aunque no me atrevía a moverme
sentí una fuerza externa que me levantó de la cama; me dirigí hacia la puerta
caminando lentamente, casi en trance. Los susurros continuaban, ahora murmurando mi nombre repetidamente atrayéndome con la fuerza del vacío. Sentí que algo se apoderaba de mi cuerpo. Me dirigí convulsionando hacia un pequeño punto de luz que venía del visor de la puerta. A través de
éste, un agudo y brillante destello me penetró la mirada violentamente
y me cegó. El destello provenía de aquellos ojos verdes; de un verde tan claro que era casi transparente.
El pestillo se empezó a deslizar, se abrió la puerta y entró Rohini con una sonrisa diabólica. Clavándome sus uñas afiladas me arrancó los ojos y susurrándome al oído me dijo “tranquila, pronto podrás respirar, no podrás ver, pero podrás respirar”.
El pestillo se empezó a deslizar, se abrió la puerta y entró Rohini con una sonrisa diabólica. Clavándome sus uñas afiladas me arrancó los ojos y susurrándome al oído me dijo “tranquila, pronto podrás respirar, no podrás ver, pero podrás respirar”.
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Urrutia Del Palmar
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