Cuando
se iniciaron los destellos estaba desprevenida. El primero le pareció hasta
bonito, pero el ruido que inmediatamente siguió esa luz le indicó que nada de
lo que estaba pasando era bonito. Lo que había oído en las noticias le parecía
algo distante, casi foráneo. Nunca se imaginó que la guerra llegaría a tocarle
la puerta principal. Luz y ruido es lo único que recuerda Clara de esos días.
Hizo lo que pudo por recoger algunas cosas porque sabía que los próximos días
serían duros para todos. Escuchó llanto y supo que las bombas habían despertado
a los morochos. Sabía que se tenían que apurar pero no pudo hacer otra cosa que
sentarse a llorar. Su llanto se mezcló con el de los infantes y se agregaron al
bombardeo para crear una de las melodías más tristes que jamás se escuchó.
Se
puso de pie porque por cada lágrima que caía al suelo, Clara oía una bomba que
caía más cerca, y se dio cuenta de que no había tiempo para lamentarse.
Necesitaba ser práctica y necesitaba actuar rápido. Se sorprendió de lo
eficiente que fue en esa situación. Si darse cuenta estaba lista con un bulto
en la espalda y dos niños en brazos. Salió por la puerta trasera y por pura
costumbre pasó la llave. Le echó un último vistazo a la casa que había sido su
hogar y se permitió unos momentos de nostalgia. La próxima bomba explotó tan
cerca que Clara cayó al suelo y salió instantáneamente de su trance. Era hora
de correr porque por muy aterrorizante que fuesen las bombas del enemigo, verlo
cara a cara sería peor.
-Vita Armador
Frase inicial salió de la página 157 de "No
todos los días son felices" por Joaquín Marta Sosa.
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