Estábamos
los cuatro corriendo un maratón en una ciudad conocida pero desconocida a la
misma vez. Bordeamos una redoma y seguimos hacia una calle arbolada donde se
sentía el bullicio de la gente que merodeaba alrededor. Después de un par de
cuadras la ruta tenía un giro que nos hacía regresar por la misma calle para
luego girar a la derecha en la esquina donde se encontraba una panadería.
Antes
de cruzar, los cuatro nos miramos las caras y con solo vernos los ojos todos
consentimos en lo que queríamos hacer. Pararnos y tomarnos un café. No era mi
costumbre pararme en el medio de un maratón pero el deseo era unánime y todos
estábamos simplemente disfrutando el momento. Nos sentamos en una de las
mesitas de afuera de la panadería y desde ellas veíamos a otros corredores
pasar. Después de unos diez minutos, les propuse continuar, pero tanto Luis,
como Diego y Alejandra me miraron con una sonrisa como diciéndome “aquí se está
muy bien por ahora”. Les pregunté si no les importaba que yo siguiera y me
dijeron “tranquila, te alcanzamos luego”. Les di un beso y continué con mi
carrera. Después de unas vueltas, la ruta regresaba hacia la misma redoma por
la que habíamos venido para luego escalar la fachada de un edificio como de 15
pisos. No recuerdo si lo hicimos con cuerdas o simplemente agarrándonos de las
cornisas.
Apenas entré al edificio por una de las ventanas del último piso, empecé a
descender las escaleras rápidamente. En la planta baja, en los buzones de correo similares
a los del Edificio de la Avenida Paraíso, tuve que buscar una llave especial
para luego bajar hacia el sótano y sortear una cantidad de recovecos que
parecían mas bien un elaborado laberinto. Después
de lo que me pareció un tiempo interminable, logré salir del edificio encontrándome de nuevo de frente a la redoma. Desde allí chequeé si Luis y los chamos estaban aún en la
panadería pero no los vi.
La ruta seguía por una subida contigua a la calle arbolada, la cual era bastante larga y empinada. Se estaba haciendo de noche y la hora de clausura se aproximaba, lo que indicaba que tenía que correr lo mas rápido posible para poder terminar a tiempo. Sin embargo, una vez que llegué a la cresta de la subida me quedé extasiada con la vista. La otra cara de la ciudad con un hermoso cielo con destellos amarillos, y naranjas estaba a mis pies. Decidí que bien valía la pena no terminar el maratón porque era imposible no detenerse para absorber semejante belleza.
La ruta seguía por una subida contigua a la calle arbolada, la cual era bastante larga y empinada. Se estaba haciendo de noche y la hora de clausura se aproximaba, lo que indicaba que tenía que correr lo mas rápido posible para poder terminar a tiempo. Sin embargo, una vez que llegué a la cresta de la subida me quedé extasiada con la vista. La otra cara de la ciudad con un hermoso cielo con destellos amarillos, y naranjas estaba a mis pies. Decidí que bien valía la pena no terminar el maratón porque era imposible no detenerse para absorber semejante belleza.
- Urrutia Del Palmar
Sueño ocurrido en el 2010 pero que nunca escribí en mi blog de sueños.
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