Monday, December 29, 2014

Mi Hermosa Burbuja Infantil

No pude tener una primera infancia mas hermosa. Vivíamos en una avenida residencial muy tranquila, con una isla en el centro llena de árboles.  La estación parecía ser eternamente primaveral, con sus ocasionales y bien anunciadas lluvias.

Mis mañanas empezaban con la ducha, donde era mi papá quien me ayudaba. Después de salir de la regadera me envolvía en una toalla inmensa para calentarme, me embojotaba en la alfombrita del baño y me daba palmaditas en la espalda para calentarme. Mi papá se iba con mis hermanos y los llevaba al colegio. Mi mamá había decidido que yo era muy delicada de salud, y en vez de atender el pre-escolar, tuve desde los cuatro hasta los seis años una tutora particular, la Sra. Maté, quien vivía en el edificio de al lado y me daba clases de 9 a 11 de lunes a jueves. Me enseñaba a leer, escribir y matemáticas. Recuerdo mis clases con claridad. Don Quijote de la Mancha, y sumar, restar, multiplicar, y dividir. La casa de la señora Maté era oscura y los muebles eran pesados y rimbombantes. Recuerdo el arreglo de éstos en la sala y el comedor. También recuerdo con claridad cuando ella entraba en la cocina para traerme unas galleticas en mi recreo privado, donde no hablaba ni jugaba con nadie porque yo era la única alumna. Me comía mis galletas con atención y sin moverme de mi silla.

Después que mi mamá, siempre elegantemente vestida, me buscaba, íbamos de compras al abastos, a la frutería, a la pastelería o a comprar flores. Todo quedaba cerca. Los días los recuerdo soleados, hermosos y cálidos. Aquellos días cuando llovía con intensidad, nos quedábamos en la casa, y yo me sentaba en el balcón a escuchar y ver caer la lluvia cosa que me causaba gran fascinación. Las tardes las pasaba jugando con mis juguetes, o siguiendo a mi mamá por toda la casa. Al final del día cuando llegaban mis hermanos del colegio y mi papá del trabajo nos sentábamos todos juntos para cenar. Era la única parte del día que me fastidiaba un poco ya que no me gustaba comer. A veces, me dejaban sentada por horas hasta que terminara de comer, mientras me pasaba la comida de un lado de la boca al otro y decía “esto tiene rojo, esto tiene verde” separando los pedazos de pimentón o tomate a un lado. En algún momento de la noche, mi mamá se obstinaría de verme allí con un plato lleno de arroz desperdigado para que pareciera menos, y lo rojo y verde en las orillas del plato.

Puedo decir sin que me quede alguna duda que siempre fui feliz. El único momento de tristeza que mi mamá me ha contado pero yo no recuerdo, es cuando murió mi abuelo paterno. Mi papá se ausentó por varios días para viajar al entierro y yo dormí con una foto de mi papá debajo de la almohada sin hablar ni una sola palabra hasta el día que mi papá regresó. 

Nuestro hogar era pequeñito y acogedor, mi mamá y mi papá me consintieron siempre, e invariablemente, con sol o con lluvia, viví mi primera infancia dentro de una hermosa burbuja de eterna felicidad.

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