"Había una vez" fue lo único que logré
decir antes de que la pequeña criatura me interrumpiera con siete preguntas. La
curiosidad la consume, y esa es una de sus cualidades más admirables. Creo que
desde que aprendió a hablar no he logrado terminar un solo cuento a la hora de
dormir, o a ninguna otra hora de hecho. Aparte de la manera como le cambia la
respiración, la forma más fácil de darse cuenta en la oscuridad de que se quedó
dormida, es poder decir tres frases sin inquisitiva alguna. Esta hermosa criatura
pasó de ser un florero, algo que yo levantaba, ponía, movía y volvía a poner, a
ser un mini-humano que desea absorber cuanta información hay.
Por lo general no se queda dormida con los cuentos.
Por lo general nos terminamos yendo por la tangente y los cuentos quedan
inconclusos. Lo que yo siempre insisto serán diez minutos de cuentos antes de
dormir, terminan siendo treinta minutos de discusiones algo filosóficas sobre
los muchos "por qués" que abruman a los pequeños humanos. La
combinación de deseo por saber y frustración por no poder saberlo todo
instantáneamente es interesante de observar.
Cada vez que le veo la carita cuando por fin
entiende algo que le he explicado me hace apreciar nuestras interacciones. Son
interacciones valiosas que no pueden ser reemplazadas por un iPad, o un
Nintendo, o un capítulo de Dora la Exploradora. Es fácil hoy en día estacionar
al florero o al mini-humano frente a una pantalla, pero a veces siento que eso
la priva de estas interacciones con otros y hasta con ella misma. Me encanta
que mientras doblo la ropa la escucho hablando con sus peluches, echándoles un
cuento similar al que le conté la noche anterior, y procesando toda la
información que su pequeña cabecita ha absorbido en las últimas horas. Y antes
de que pueda terminar su cuento, oigo que me llama, y sé que su cuento también
quedará inconcluso porque más preguntas necesitan prontas respuestas.
- Vita Armador
No comments:
Post a Comment