Saturday, December 20, 2014

Entre Café y Biscotes

El café de la placita estaba atiborrado. La temperatura era sumamente plácida e invitaba a disfrutar de una cálida tarde al aire libre. En el medio de la algarabía italiana y entre biscote y biscote yo me devoraba El Cuento del Pirata Tuerto. El título sonaba fatal pero Adina me lo había regalado comentándome que era una de sus aventuras favoritas. Allí estaba yo sentada leyendo como el pelo largo y rizado del pirata se le metía en el ojo accidentado y preguntándome que clase de aventuras Adina había tenido para que este cuento le pareciera fantástico.

De pronto un hombre se me acerca a la mesa y en el medio de señas me comunica si se puede sentar en lo que parece ser la única silla desocupada del café. Con mi cabeza dentro de los pelos del pirata medio volteo a chequear todas las mesas y en efecto no hay lugar donde sentarse. Le doy la señal de bienvenida sin siquiera mirarlo, agarro un pedazo de biscote, me lo medio meto en la boca y empiezo a medio apilar todo el desorden que tengo en la mesa. Cuando levanto la vista y lo veo aspiré tan desacertadamente, que el biscote se me atravesó en el medio de la garganta y me empecé a ahogar. No podía tragar pero tampoco me atrevía a toser porque el impulso con el que los pedazos del pan duro saldrían harían de la situación algo vergonzoso. En medio de mi torpeza el hombre trataba de ayudarme y yo, con una sonrisa falsa como la del guasón de Batman y con los ojos desorbitados a lo Chucky, le indicaba que todo estaba perfecto.

Tomé un sorbo de café para ver si el biscote se disolvía pero al ver el gráfico en la carátula del cuento del pirata lo que hice fue casi convulsionar. No solo el que escribió el cuento era mal escritor sino que lo acompañaba en su desgracia un dibujante gráfico de pacotilla.  Ahora la tos abizcochada anunciaba que un chorro de café y masa tiesa podrían dirigirse hacia el hombre con la fuerza de un volcán.  

El hombre estaba pasmado. Seguro que deseaba disfrutar de una tarde tranquila en su probable anhelado anonimato, pero su desafortunada anfitriona lo que le brindaba era una barata tragi-comedia italiana. La culpa se la hecho al pirata tuerto. Le hice señas al mesero para que me trajera agua pensando que siendo ésta mas ligera que el café, me ayudaría a descender todo lo que tenia atragantado en mi tráquea. 

Al fin respiro. No se si mirar al hombre, al pirata, o el piso. Ni se me ocurre hablarle porque reconocerá que hablo su mismo idioma y se dará cuenta de que soy una turista igual que él. Y me preguntará de donde soy y no podré mentir. Y se enterará de que la mujer que le acaba de ofrecer un convulsivo show pertenece a la misma ciudad donde él vive. Y sabrá entonces que lo tengo que haber reconocido, y ahora yo seré yo la que quiere ser anónima. 

Entre que me hago tantas preguntas veo al pirata y pienso en Adina. Quiero botar el libro. Me pregunto si el pirata tendrá un garfio en la mano derecha. Veo las manos de mi acompañante de café y noto que son inmensas, pero eso ya yo lo se. Es una de las características y cualidades que lo hacen extraordinario. Quiero pedirle un autógrafo pero no quiero interrumpir su incógnito  viaje por Italia. Quiero tomarme una foto y empiezo a inventar planes para ello.  Quiero decirle cuanto lo admiro pero le robaría la paz del anonimato. Quiero decirle que nunca cambie. Quiero decirle que su entera base de apasionados fanáticos lo amamos pero eso Russell Wilson ya lo sabe.


- Urrutia Del Palmar

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