Había
una vez una guitarra arrinconada. Una guitarra arrinconada y noble. Se
emocionaba cuando veía entrar y salir manos y dedos ocupados, aunque éstos parecieran
desinteresados. Algunos de ellos la veían, le sonreían, pero hasta allí llegaba
el intercambio.
La guitarra esperaba algo mas; quería que sus cuerdas
produjeran música, sonidos hermosos, agudos y graves, simples y complejos. Algunos
dedos deseaban inmensamente comunicarse en forma directa con ella pero se
sentían limitados a solo producir música a través de otros medios, análogos o
digitales.
A pesar de esto la guitarra era conforme, escuchaba a la guitarra de
Jesse con el mismo placer como si fueran sus propios sonidos. Escuchaba guitarra
clásica, acústica, celta, eléctrica; escuchaba guitarras de cuatro cuerdas los
cuales eran instrumentos que en otras regiones llevaban otros nombres.
Escuchaba violines, banjos, piano y voces de coral.
Escuchaba ritmos de todo
tipo, ritmos que se convertían automáticamente en sabores. Sabores que
disfrutaba unos mas que otros dependiendo de las circunstancias pero sin dejar
dudas de que su sabor favorito era el flamenco. Un sabor mezclado de alegrías y
fiestas con la nostalgia del gitano errante. Un sabor color escarlata, y furia
en las manos y los pies. Un sabor fuerte en la garganta al producirse el gemido
andaluz. Un sabor a moros y cristianos. Un sabor a raíces que, a pesar de
firmes y fuertes, se habían esparcido por el mundo penetrando en el alma de
quien se dejara llevar por ese sabor. Esparcidos tan lejos que se encontraban
en el rincón de aquella habitación.
La guitarra arrinconada quería producir ese
sabor, si, producirlo a toda costa de la misma forma que los dedos y manos que
a diario la miraban, querían intercambiar con ella ese mismo ritmo sentimental.
Pero los dedos y manos dudaban de sus propias capacidades limitándose a si
mismos. Se querían comparar con Paco de Lucía, Jesse Cook, John Denver, Jimmy
Page, Jimmi Hendrix, Neil Young, Eric Clapton, Peter Banks o Bob Seger. Las expectativas eran demasiado altas, con la
consecuencia de que, día tras día comenzaba la inexorable reciprocidad entre la
guitarra arrinconada y aquellos no tan extraordinarios dedos, pero a través de otros
con reconocido y sólido talento.
Urrutia Del Palmar
Urrutia Del Palmar
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