Nos habíamos
recién mudado a una casita en la campiña francesa y me emocionaba el tan solo
pensar en la nueva vida en el campo y en los nuevos amigos que tendría. El
verano prometía unas vacaciones llenas de aventuras distintas a las
citadinas.
Mi vecino más
cercano se llamaba Pierre. Tenía 12 años igual que yo y le encantaba construir
cosas de madera. A mis padres les encantaba Pierre porque era sumamente alegre
y educado. Todas las mañanas de ese hermoso verano Pierre llegaba a las 10 de
la mañana a mi casa con una caja llena de pedazos de madera, lijas, cuerdas,
algunos clavos, tornillos, y varias herramientas. Mi mamá le ofrecía un vaso de
leche y ponqué y después de esta pequeña merienda, nos íbamos al porche de
atrás a empezar nuestros planes diarios de construcción.
Pierre era muy
detallista. Sacaba lápiz y papel y empezaba a dibujar su próximo proyecto. “Hoy
quiero empezar un carrito para Jean Claude” o “esta pequeña estatuilla se la
voy a regalar a la Señora Georgette de Navidad”. Pierre siempre tenía a todos
los vecinos y amigos en su mente. Nunca se le escapaba nadie, haciéndolo el
niño más generoso que yo había conocido.
No faltaban los
días que interrumpíamos nuestra “empresa” para reunirnos con otros amigos y
corretear y nadar en el lago, pero Pierre siempre quería zafarse de estas
actividades y continuar con la carpintería, lo cual era definitivamente su
pasión.
Al final del
verano Pierre y yo habíamos logrado acumular una cantidad de hermosos objetos
de una talla tan exquisita y delicada que solo podría definirse como el trabajo
de un verdadero artista. Mis tallas no eran tan finas como las de Pierre, pero
ciertamente Pierre era un gran maestro y me enseñó con mucha paciencia a
trabajar la madera y a hacer cosas maravillosas. Pero lo que más aprendí de él
fue a hacer las cosas con amor y dedicación y a expresar ese amor hacia otros
con pequeños regalos hechos por nosotros mismos.
- Urrutia Del
Palmar
No comments:
Post a Comment