Sunday, December 28, 2014

Terror en el sòtano

Ese día habìamos salido felices de casa del mèdico.  Los exàmenes diagnosticaban que estaba embarazada y de gemelos.  Todo parecìa sonreirnos.  Vivíamos en un lindo apartamento rentado en plena ciudad, el cual habìa yo decorado con esmero y amor.  Ahora ya me veìa saliendo de compras para ir adecuando el otro dormitorio para un cuarto con dos cunas.   Sabìamos que serìan varones los dos y eso nos aliviaba un poco, pues nos dedicaríamos únicamente a un cuarto  para ese sexo, pero con dos bebitos. Estábamos tan entusiasmados que nos detuvimos en un restaurante a comer.  Hoy no cocinarìa, hoy Gerardo tomaría una bebida y yo un jugo de frutas y comeríamos a lo grande para celebrar la gran noticia.

Una vez llegados a casa, faltó tiempo para llamar a nuestras respectivas familias que vivían en otra localidad y tanto la familia de Gerardo como la mìa,  quedaron encantados con la noticia.  Los consejos llovieron por toneladas de parte de las futuras abuelas:  A cuidarse, a comer bien, a no hacer esfuerzos, a buscar ayuda doméstica, etc., etc.

Mientras me estaba cambiando en el dormitorio oí el timbre del teléfono y a Gerardo que contestaba.  Lo oí que hablaba sin mucho entusiasmo y pensé quien sería el que estaba llamando.   Cuando llegùe al saloncito ya había colgado y lo notè serio.  Le pregunté que quien habìa llamado y me contesta.  No lo vas a creer.

El dueño del apartamento, cuyo contrato vencerìa en un mes lo habìa llamado para decirle que no podìa renovarlo, pues un hijo suyo se iba a casar y se lo iba a ceder.Me quedé helada.  Sin saber què decir.  Y ahora, con los niños en camino, la escasez de vivienda, que harìamos?.  Gerardo me dijo, no te preocupes ya lo resolveré.

Esa noche no dormì tambièn como pensaba.  Se esfumaba por completo la decoración que habìa pensado para el otro dormitorio. Por la mañana Gerardo se fue al trabajo y yo me ocupè, sin mucho entusiasmo de las labores del hogar, que ya pronto no serìa el nuestro. Todo ahora era distinto. Mi casita linda, decorada por mi, ya no lo serìa màs. Como a las tres de la tarde me llama Gerardo entusiasmado y me dice:  Ya todo està arreglado. En las afueras de la ciudad, el tío de su jefe acaba de heredar una propiedad y como por el momento no sabe què hacer con ella, ha pensado en rentarla.  Eso si, no està cerca del centro sino un poco alejada, detràs hay un hermoso lago cercado, muchos árboles y me dice que es un paraje muy hermoso.

Ese sábado por la mañana temprano salimos Gerardo y yo hacia el lugar indicado.  Verdaderamente, el paisaje era hermoso, un lago, cuyas aguas parecìan un espejo circundaban el camino.  Vimos varios letreros y llegamos a uno que decìa Villa Hermosa.  Esa era la direcciòn que nos habìan dicho.  Entramos por un camino angosto y un poco tortuoso, oscuro, pues los árboles hacìan como una bóveda sobre èl,  y llegamos a la casita.
A la misma le faltaba un poco de pintura.  Subimos las escalinatas hacia el porche y con la llave que le dieron a Gerardo entramos a la casa.  Esta se componìa de una sala grande, un comedor y una hermosa cocina y un bañito auxiliar.  Luego una escalera llevaba al segundo piso donde habìan tres hermosos dormitorios con amplias ventanas y dos baños completos.  Me entusiasmè mucho pues pensé que en su debido momento nuestros familiares podrìan visitarnos ya que habìa un cuarto de huèspedes.  Bajamos de nuevo al primer piso y entramos a la cocina.  Hacia un lado habìa una puertecita.  La abrimos y vimos unas estrechas escaleras que bajaban al sótano.  Descendimos para verlo y de pronto sentì como un escalofrío.  Era oscuro, las ventanas eran altas y estrechas, estaba sucio, desordenado y parecìa que allì no hubiese estado nadie. Pero como estábamos entusiasmados, comenzamos a planificar.  Buscarìamos a una persona que limpiara la casa, ventanales, pintara lo que hubiese que pintar.  Volvì a imaginarme mi nueva decoraciòn acorde a aquella casa campestre y volvì a sonreir.

La persona que se contratò era un viejo que siempre habìa vivido en esa zona, una de esas personas habladoras y una tarde,  mientras le servìa cafè y galletas me dijo que varias de esas casas estaban construidas sobre un viejo cementerio, que habìan rumores de que muchas personas habìan desaparecido.  No le hice mucho caso, pero evitaba bajar sola al sòtano, pues había algo allì que me sobrecogía. Algunas veces me parecìa oir ruidos y pasos, pero le restaba importancia. Cuando le decìa a Gerardo èl me decìa que era mi estado que me hacìa sentir asì.

Tres semanas despuès estàbamos mudados.   La casita estaba pintada, y yo habìa comprado metros y metros de tela para hacer cortinas para los diferentes ambientes.  No tenìamos vecinos cercanos, lo que hacìa que me sintiera un poco solitaria.  Todo el dìa lo pasaba en mis oficios, leyendo, y esperando que Gerardo llegara para disfrutar de su compañìa.

Era el mes de noviembre y ya comenzaba el mal tiempo. Una tarde, como a las 6 me llama Gerardo y me dice que estaba atrapado por un vendaval y se había desbordado una presa y no podìa pasar.  Que cerrara bien las puertas y ventanas, que tuviera a mano linternas y las pilas por si la electricidad fallaba. Entonces recordè que las linternas y las pilas todo estaba en un estante en el sòtano. Me entró el temor de si bajar o no,  pero si no bajaba y se iba la luz, sería peor,  mejor ir ahora que la electricidad no habìa fallado.Armándome de valor, abro la puerta de la cocina y bajo la estrecha escalera.  Cuando piso el ùltimo escalòn, vi algo aterrador y comencè a gritar como una loca. de espanto.  Sabìa que nadie me oirìa.  Allí  bailando y correteando con los huecos de los  ojos de las calaveras me estaban esperando un montòn de muertos que habìan subido de su cementerio, para que yo y mis futuros gemelos formáramos parte de ellos.

Thaitin Marin

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