Tuesday, December 23, 2014

Burbujas y Besos

No sé por qué estábamos en esa tienda. Era una boutique súper cuchi de ropa infantil hermosamente cara. El tipo de sitio donde un conjuntito podía costar fácil más de cien dólares. Siempre me pareció que la tienda estaba ubicada en el pueblo equivocado. Era el tipo de tienda que necesitaba existir en Beverly Hills, no en el centro del estado de Washington. La ropa era fina, de marca, exclusiva y cara. No tenía sentido en Kennewick.

En ese entonces yo tenía quince años y no recuerdo haber tenido ningún infante en mi vida, mucho menos uno por el cual iba a gastar ese tipo de plata. Mi madre y yo andábamos curucuteando, quién sabe con qué propósito, ya que dudo mucho que teníamos planeado comprar algo. Es costumbre en mi vida que los extraños me hablen sin provocación alguna, y así, la dueña entabló conversación y terminó ofreciéndome un trabajo. No sé por qué, pero a mi muchas cosas en la vida me pasan así, y he aprendido que es infinitamente divertido cuando a la vida le sigo la corriente.

Trabajé en esa tiendita unas cuantas horas a la semana por casi dos años, mientras estudiaba los primeros años de la universidad. Aparte de vender ropa, organizábamos fiestas de cumpleaños para niñas. Los grupitos venían y pasaban la tarde con nosotras. Las peinábamos, les hacíamos las uñas, se disfrazaban y en general gozaban bastante. Yo siempre he disfrutado trabajar con niños, así que esa parte del trabajo me gustaba más que vender ropa, pero la verdad es que todo era divertido.

Aprendí mucho en "Bubble Kisses," principalmente que prefería mil veces hacer inventario y sumar cosas en hojas de cálculo que lidiar con mamás y clientes. Es mi naturaleza antisocial y mi amor por la matemática. Hasta el sol de hoy prefiero estar metida en alguna alacena contando cajas de azúcar, que prestar servicio al cliente. A veces existir con gente es agotador, pero nunca me canso de existir con números.

-Vita Armador

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