Por supuesto que tenía que escoger. No podían ser
las dos cosas sino una sola. Aún me pregunto de donde me viene esa manera de
ser de ver las cosas tan poco flexible. O es uno o lo otro. Así me he movido a
lo largo de este camino para decidir cual es mi escenario, mi canción, mi
color, mi fruta, mi libro o mi película favorita. Preguntándome todo el tiempo
si me gusta mas la montaña o el mar, el aguacate o el mango, la fresa o la
zarzamora, la ciudad o el campo, el amarillo o el azul. Y ni hablar de política,
porque entonces hay que ser de derecha o de izquierda.
Adicionalmente mi mente analítica se la ha pasado
todos estos años preguntándose el porqué de esta situación. Fueron las monjas
estrictas? O mis firmes padres? O mi mente cuadriculada? Siempre me decido por
la última, porque hay que elegir. No es una influencia de múltiples variables
juntas, tiene que haber una razón única. Porque así soy yo, una cabeza
cuadrada.
Pero entre todas las cosas que me he sentido "obligada" a decidir y que me ha perseguido durante la vida, es si me gusta mas la
montaña o el mar. Preguntaría un artista, y por qué hay que escoger? Y regreso
al análisis de que ya yo venía de fábrica enmarcada en ángulos de
noventa grados teniendo que contestar las preguntas con una respuesta única. Es
como si la vida fuera un examen de selección múltiple con una sola respuesta válida.
Dos específicas experiencias me han
intentado decir que no hay que escoger entre la montaña y el mar. Que es como
los hijos. Cada uno es diferente, tal vez incluso con caracteres completamente
opuestos, pero se les quiere igual. La primera oportunidad fue en una de mis
mas amadas excursiones del cerro El Avila, donde a cada paso que daba y con cada
gota de sudor por el esfuerzo deducía que no había nada como la montaña, pero cuando
desde la cima del pico mas alto de la cordillera de la costa venezolana, pude
ver en un día claro, a 2.900 metros de distancia vertical, el majestuoso mar
Caribe me quedó expuesto mi pasión por ambos.
La segunda ocurrió hace unos pocos años cuando en una de mis rutinas diarias corría en las montañas del Estado de Washington, entre los imponentes árboles, la densa vegetación y disfrutando del olor de la tierra mojada. Podía cerrar los ojos y sentir el encanto del lugar, pareciera que no podía haber nada mas placentero. Hasta cuando de visita a mi segunda casa en Long Beach, California, al final de la misma semana, corría por la playa muy temprano en la mañana, sintiendo como la niebla del océano y el olor salino del mar entraba penetraban todo mi ser. Cerré los ojos y cada sentido se percibió gratificado.
La segunda ocurrió hace unos pocos años cuando en una de mis rutinas diarias corría en las montañas del Estado de Washington, entre los imponentes árboles, la densa vegetación y disfrutando del olor de la tierra mojada. Podía cerrar los ojos y sentir el encanto del lugar, pareciera que no podía haber nada mas placentero. Hasta cuando de visita a mi segunda casa en Long Beach, California, al final de la misma semana, corría por la playa muy temprano en la mañana, sintiendo como la niebla del océano y el olor salino del mar entraba penetraban todo mi ser. Cerré los ojos y cada sentido se percibió gratificado.
Una vez mas me dije, la montaña y el mar son como los hijos, se les quiere igual.
- Urrutia Del Palmar
Cuento original publicado el 21 de julio del 2007 en ingles: Between the mountains and the sea.
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