Eran las 10 de la noche del sábado y Genevieve se
encontraba decorando la mesa. Quería dejar todo listo para el desayuno. Sabía
que cuando llegaran después de media noche estarían cansados.
Acababa de planchar su mantel favorito, y
extendiéndolo de punta a punta lo colocaba sobre la mesa. El mantel era
hermoso, blanco con delicadas margaritas blancas y amarillas. Colocó suavemente, uno por uno, los
porta-platos de paja tejidos a mano, cuatro en total; la vajilla
blanca con una hermosa franja amarilla alrededor; los cubiertos de plata; las
copas y jarras de cristal para el agua y el jugo; las bandejas y cubiertos de
servir. Encima de cada plato una fina servilleta amarilla con franjas blancas.
Enlazó hermosamente las servilletas con cintas de listas del mismo color. Por
último, un precioso y sencillo ramo de flores que combinaban perfectamente con
el decorado.
A las 11, con su esposo y sus dos hijos salieron
caminando hacia la pequeña iglesia que quedaba a una cuadra de la casa. La
noche era clara y fresca e invitaba a disfrutar del aire atrapando cada una de
sus moléculas con cada poro de la piel. Los niños llevaban una botellita de
agua la cual sería bendita durante la ceremonia. Les fascinaba esta noche,
especialmente porque todo estaría a oscuras en la primera parte del rito
pascual. Poco
a poco, entre lecturas y cantos, celebraciones y campanadas, todo
se iba iluminando para dar paso al símbolo de una nueva vida.
Al marchar de vuelta a casa, el corazón iba henchido de felicidad. Genevieve siempre reflexionaba sobre el significado de esta fiesta, su fiesta favorita. Sabía que había cabida en el mundo para las gentes de todos los cultos, por lo que para ella, la Pascua de Resurrección iba mas allá de ser una festividad cristiana; le daba respuesta a la complejidad de nuestra existencia. A pesar de encontrar duras pruebas en el camino, la vida siempre abría las puertas a un nuevo comienzo lleno de esperanza y optimismo. Era su propio dogma de fe.
Al marchar de vuelta a casa, el corazón iba henchido de felicidad. Genevieve siempre reflexionaba sobre el significado de esta fiesta, su fiesta favorita. Sabía que había cabida en el mundo para las gentes de todos los cultos, por lo que para ella, la Pascua de Resurrección iba mas allá de ser una festividad cristiana; le daba respuesta a la complejidad de nuestra existencia. A pesar de encontrar duras pruebas en el camino, la vida siempre abría las puertas a un nuevo comienzo lleno de esperanza y optimismo. Era su propio dogma de fe.
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