Friday, January 16, 2015

El Rosario de las Animas

La casa solariega de mis abuelos en su tiempo había sido una casona hermosa.  Quedaba a varios kilómetros de Cartagena.  Recuerdo los años de mi infancia cuando en vacaciones se reunía toda la familia. Eran mis abuelos, mis padres, varios tíos y tías y en los meses de las vacaciones escolares nuestros padres nos enviaban para pasar alli esa temporada.  De todas mis tías era mi tía Lucía la única que nunca se casó.   Y según decían era un poco rara. Nos llamaba la atención que siempre vistiera de blanco y tuviese un rosario enrollado al cuello.  Muchas veces la veíamos con unas cartas del tarot en su cuarto y muchas veces la descubrimos hablando sola.
Cuando los abuelos murieron, la casa cambió, ya de solariega pasó a un caserón medio destartalado
Pasaron los años y todos los primos fuimos creciendo, unos entraron en la universidad, otras primas se ennoviaron y se casaron, menos yo  La tía Lucìa se quedó sola en aquella propiedad, sólo acompañada por Eufemia, la que siempre les trabajó y que debía de tener todos los años del mundo. No se volvieron a pasar temporadas felices ni nada por el estilo.
Un día recibí una carta de mi padre que me decía si podía pasar por la casa, pues la tía Lucía se había enfermado.  Para ese entonces mi mamá había fallecido y mi papá era muy anciano.
Como siempre le guardé afecto a esa tía a quien creía medio loca, pero que siempre me contaba cuentos y me peinaba las trenzas; hice un pequeño equipaje, tomé mi carro y desde Cartagena me fuí para ver que le pasaba.  El camino estaba todo descuidado, la maleza se iba comiendo el pavimento y luego al ver  unas pequeñas luces me indicaron que ya casi iba llegando, pues antes de la casa había un pequeño cementerio.
Cuando Eufemia me abrió la puerta me dijo, nena,  gracias que llegaste, acá las cosas no están bien. Subí las escaleras para buscar a la tía y en su cuarto la encontré arrodillada, con el rosario en las manos y mil cartas del tarot tendidas en el suelo.  Al verme me dijo, te estaba esperando, ellas te están esperando. Viendo sus ojos desorbitados me dí cuenta que la razón se había escapado de su mente.  La ví de pronto como nunca la había visto. loca perdida.  Quise hablar con ella, hacerla entrar en razòn, pero no lo conseguí.  Eufemia detrás de mi, gemía suplicante y aterrorizada.  Cálmate le dije, no pasa nada, pero si,  si pasaba, de pronto las cartas se elevaron en el aire, la puerta se abrió  y comenzaron a entrar una por una, envueltas en un manto, como un espanto,   las ánimas del purgatorio que venían a recoger lo que la tía les  había prometido, una sobrina. Aterrorizada, salté veloz, empujé a Eufemia, salí dando gritos, pensando que al llegar a la puerta de la calle y entrar a mi carro, la pesadilla habría terminado, pero ese no era el final.

Thaitin Marin
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