Saturday, January 3, 2015

El club de los 5

El regalo para mi décimo cumpleaños fue una casa en al árbol del jardín trasero de mi casa. Tenía más de dos años pidiendo una casi todos los días, y mis papás por fin me la habían construido. Mi cumpleaños cayó al sábado siguiente al último día de clases así que la estrené con mis amigos y prácticamente pasamos toda la fiesta allá arriba. Es más, pasamos todas las vacaciones allá arriba.

Nos habíamos declarado detectives del vecindario y teníamos meses trabajando en diferentes proyectos. Ahora por fin teníamos un centro de operaciones. Habíamos ordenado el comando para mantenernos organizados y durante las vacaciones nos reuníamos todos los días para hablar de los casos pendientes. Mi mamá nos había prestado un archivero pequeño para mantener papeles relevantes y evidencia. Nos sentíamos oficiales y con ganas de investigar. Teníamos un corcho y un pizarrón, y también almohadas y sacos de dormir para cuando las investigaciones se alargaban hasta tarde.

El caso más urgente era descubrir quién le había destruido el jardín de rosas a la señora Ortiz, pero nos estaba costando recolectar evidencia. Lo bueno de las vacaciones era que teníamos más tiempo para dedicarle a los casos. Lo malo de las vacaciones era que había menos gente y menos movimiento en la cuadra. Después de analizar el jardín por enésima vez, Juancho descubrió debajo de un poco de tierra una china. La trajo a la siguiente reunión e inmediatamente supimos que se trataba de Andrés el ruso. Aparte de las letras "AQ" talladas en la madera, el ruso tenía un mes deleitándose en atacar pájaros varios en el vecindario con su preciada arma. Ahora solo necesitábamos encontrar un motivo por el cuál el ruso y su pandilla atacarían las rosas de Ortiz.

Eramos cinco los que componíamos el equipo. Juancho y yo prácticamente nos habíamos criado juntos. Cecilia y su hermanito Cristóbal vivían en la casa de al lado. Cecilia nos mantenía en orden, y Cristóbal era muy pilas. Por último estaba mi primo Tomás que fue el último en unirse al grupo, pues recién se había mudado al vecindario. Los cinco pasábamos horas hablando de casos e imaginando situaciones hipotéticas. La casa del árbol se convirtió en nuestro sitio favorito. Estábamos día y noche creando e investigando. Mi mamá nos subía galletas y limonada, y francamente eso era todo lo que necesitábamos.

Casi al final del verano ya teníamos suficiente evidencia y estábamos listos para presentársela a la señora Ortiz. Pautamos reunirnos en la casa del árbol para ir todos juntos y lo que encontramos me saca lágrimas hasta el sol de hoy. Mi hermosa casa del árbol era ahora una pila de madera en el piso y a la distancia podía ver el rostro de Andrés el ruso y su malévola sonrisa.

-Vita Armador

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