Lizzie estaba familiarizada con las instalaciones. Su hermana ya tenía dos
años en el colegio y Lizzie había tenido la oportunidad de acompañar a sus papás a buscar a su hermana, o
ir a misas, actos del día del padre y la madre, o de fin de curso. Sin embargo
esta vez, las instalaciones serían también de ella. Con su uniforme,
medias y zapatos nuevos allí estaba Lizzie lista para su primer día de clases.
Al sonar el tlmbre, en una fila extremadamente ordenada, subieron las niñas
por la escalera principal, una escalera digna de una mansión, con un hermoso
reloj de caja al llegar al descanso. La escalera continuaba hacia la derecha e
izquierda, rumbos que seguían las pequeñas dependiendo de donde se encontraban
sus respectivos salones de clases. La fila de Lizzie giró hacia la izquierda.
Una vez en el segundo piso, las alumnas de la clase de Lizzie entraron en el primer
salon a la derecha. Era uno de los dos salones de este piso que daba al este; con
sus inmensas y hermosas ventanas, la luz de la mañana irradiaba cada uno de los
40 pupitres.
Lizzie estaba bastante avanzada para primer grado. A los seis años Lizzie
estaba a nivel de tercer grado; había leido la obra maestra de la literatura
española, Don Quijote de la Mancha y sabía dividir. En primer grado las niñas
sabían leer lo básico y comenzaban apenas a sumar. Sin embargo ésto no fue en
ningún momento, razón alguna para que Lizzie se aburriera en clase. Lizzie era
sumamente curiosa y había una multitud de cosas nuevas que la hacían
maravillarse día tras día como las clases de francés, de música, de religión,
de manualidades, de geografía, los debates de lectura y matemáticas, pasar al
pizarrón, los recreos, ir a la hermosa capilla, la gruta de la Inmaculada
Concepción en el área de pre-escolar, la pequeña cantina donde se compraba
todos los días una galleta forrada en papel metálico brillante de colores cubierta
de chocolate, llamada chocolatina. Pero nada, nada la llenaba mas, como la gran
cantidad de nuevas amiguitas, caminar por los majestuosos pasillos, y las amadas
monjas, que sin saberlo aún, pasarían a formar parte central de su vida; una
vida plena de educación Tarbesiana.
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